Procesiones que caminan siglos, tradiciones vivas del Paraguay

En Paraguay, la Semana Santa no es solo un tiempo litúrgico: es una manifestación viva de memoria, fe y cultura.
Un grupo de hombres camina descalzo por la calle empedrada. Van en silencio, con la mirada fija al frente. El crujir de la madera de las andas y el eco de los rezos en guaraní llenan el aire.
Es Viernes Santo y el pueblo ya empieza a contener la respiración. El calor cede un poco cuando una sombra larga se extiende desde la iglesia central. En Paraguay, la Semana Santa no es solo un tiempo litúrgico: es una manifestación viva de memoria, fe y cultura.
En pueblos como Tobatí, Piribebuy, Paraguarí o Itá, las procesiones no se improvisan: se heredan. Se sienten en el cuerpo, se viven en comunidad y se cuentan sin palabras, entre cantos apagados, velas encendidas y una espiritualidad que se camina paso a paso.

Tobatí
Desde hace 24 años, en la ciudad de Tobatí, departamento de Cordillera, ofrecen una Semana Santa de reflexión y religiosidad con la representación del Vía Crucis Viviente. Este encuentro es uno de los más admirados en el distrito cordillerano.
Anoche desde las 19:00 más de 3.000 personas se congregaron en la iglesia Inmaculada Concepción de Tobatí y pudieron observar una magnífica representación teatral de la Pasión de Cristo.
Participaron más de 50 actores jóvenes, niños y adultos del grupo Misión y Vida que reencarnaron pasajes de la Pasión de Jesús.
La procesión del Viernes Santo en Tobatí es probablemente una de las más solemnes del país. Los hombres caminan con túnicas blancas o moradas, algunas con capuchas que cubren el rostro: son los promeseros, herederos de una tradición que mezcla la liturgia católica con el reconocimiento de lo ancestral.

Piribebuy: la fe que baja del cerro
En este pueblo serrano, la procesión comienza más temprano. La imagen de Jesús Nazareno desciende desde el cerro, acompañada por cientos de fieles. Aquí la música sacra tiene un papel especial: el tambor fúnebre acompaña el paso pausado, mientras los coros entonan cantos en guaraní que se estremecen.
Los pobladores preparan sus calles con flores, limpian los empedrados y decoran los frentes de sus casas. La devoción es colectiva, y la emoción es inevitable. «Uno siente como si todo el pueblo estuviera caminando junto al dolor de Cristo», dice don Eusebio, quien a sus 76 años no ha faltado una sola vez desde que era niño.
Paraguarí: tradición que no envejece
En Paraguarí, las cofradías se organizan desde principios de año. Los cargadores —que se turnan para llevar las pesadas andas— practican la postura, el paso y el gesto. No es solo una carga física: es una honra.
Aquí se ve también a los niños y jóvenes vestidos de blanco o luto, algunos con cruces pequeñas en la mano. «Mi abuelo cargaba a Jesús, ahora yo también lo hago. Es nuestro legado», cuenta Luis, de 22 años. La música, los rezos y el murmullo de los espectadores configuran una atmósfera de respeto que conmueve incluso a los que no profesan la fe católica.
Itá: barro, arte y devoción
Itá, tierra de alfareras, transforma su procesión en una expresión de arte popular. Las imágenes sagradas, muchas de ellas modeladas por artesanos locales, son transportadas entre alfombras de aserrín tratadas y flores frescas. Las mujeres —muchas vestidas de blanco, con pañuelos y velas encendidas— entonan cantos suaves que se elevan como plegarias al caer la tarde.
La procesión de Itá es también un acto de comunidad. Las familias trabajan juntas para decorar, para rezar, para caminar. La fe no se exhibe, se comparte.
Caminar la fe
¿Qué es una procesión sino un acto de memoria que se mueve? En Paraguay, estas caminatas sagradas no solo reponen la Pasión de Cristo: reafirman una identidad colectiva. Son expresiones de una religiosidad popular que sobrevive a los años, al turismo, a los cambios de generación.
Aunque cada vez más jóvenes viven la Semana Santa como tiempo de descanso o viaje, miles siguen eligiendo caminar en silencio, cargar imágenes, cantar en guaraní o simplemente mirar con respeto cómo pasa la fe frente a sus casas.
Cuando las velas se apagan y el pueblo vuelve a hablar en voz alta, queda la sensación de que algo profundo acaba de ocurrir. No se trata de espectáculo ni de nostalgia, es la certeza de que, en Paraguay, la fe sigue teniendo cuerpo. Y camina.
